miércoles, 27 de enero de 2010


CONSTANTINO Y LA IGLESIA


Por primera vez en la historia, un emperador se declaraba cristiano. No es éste el lugar para hacer una investigación sobre la genuinidad de la fe de Constantino. Sólo diremos que aplazó su bautismo hasta poco antes de su muerte (337) y que las razones políticas no eran ajenas a su decisión: una política realista, aunque no se inspirara en motivos religiosos, tenía que tomar en consideración la presencia y la influencia del cristianismo en el siglo IV.


Fueren cuales fueren las razones que movieron a Constantino, demostró siempre un cierto disgusto por los paganos. Estos eran todavía fuertes gracias a las poderosas familias romanas que constituían un elemento importante de la sociedad. Tal vez fue ésta una de las razones que le llevaron a trasladar su residencia a Bizancio (Constantinopla), ciudad de escasas tradiciones paganas, situada en la región más cristianizada del Imperio.

Constantino colmó de privilegios a los cristianos y elevó a muchos obispos a puestos importantes, confiándoles, en ocasiones, tareas más propias de funcionarios civiles que de pastores de la Iglesia de Cristo.


A cambio, él no cesó de entrometerse en las cuestiones de la Iglesia, diciendo de sí mismo que era «el obispo de los de afuera» de la Iglesia. Las nefastas consecuencias de este conturbenio no fueron previstas entonces. Debido, sin duda, al agradecimiento que querían expresar al emperador que acabó con las persecuciones, los cristianos permitieron que éste se inmiscuyera en demasía en el terreno puramente eclesiástico y espiritual de la Cristiandad. Las influencias fueron recíprocas: comenzaron a aparecer prelados mundanos que en el ejercicio del favor estatal que disfrutaban no estaban, sin embargo, inmunizados a las tentaciones corruptoras del poder y daban así un espectáculo poco edificante.


Esta corriente tendría su culminación en la Edad Media y el Renacimiento. Como reacción a esta secularización de los principales oficiales de la Iglesia, surgieron el ascetismo y el monasticismo que trataban de ser una vuelta a la pureza de vida primitiva, pero que no siempre escogieron los mejores medios para ello.

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